Samstag, 13. November 2010

Gedichte

Ojalá pudiera yo
bailarme una marinera,
agitando en mi mano
tu cabeza negra como pañuelo blanco.

Alundero, le da, Alundero le da Zaña.
Alundero le da.
Saña, maldita cizaña
queriéndose hacer por trigo en mi garganta.

Patrón, patrón
sirva usted más caña
que encallado en el alma tengo
tu veneno mortal.

Con el rosario de mi madre
estrangularé tu sombra.

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Todos los tranvías
me conducen al crematorio
y como no sé caminar
voy más a prisa.
Toda masticación
tritura presta hacia el plato vacío.
Escribo con una pala en la mano
excavadora de mí,
buscando atormentada:
mis piernas, mi cuchara, mi frontera.
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Los días me despojan de mi cara,
se la comen torpemente
y me dejan los restos sobre el espejo,
con ellos temo, pero debo reconocerme
y seguir mi camino hacia la putrefacción.
Una docena de restos mustios
ofrezco, junto a los cirios,
que parpadeantes no consiguen detener la lágrima.

Desde el centro de tu altar
no reino ojo físico, ni obsceno,
no he conservado tu imagen
ni en manto
ni en estampa


solo en ausencia
sobre ella zumba el silencio
gordo y satisfecho
en su barriga, tus palabras
las que sin embargo
habrían bastado para sanarme.
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Manecillas en mis pies,
solo conozco
la danza del reloj
y su redonda manía de buscarse la cola.
Mareada de pena
que sola me hundo en la arena.
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Mariposas y flores migratorias
buscaban abrigo
bajo las sábanas de Magdalena,
el rocío de sus entrepiernas
les aliviaba el dolor de la pulverización.
No sabían ellas, con cuantas lágrimas
bordaba Magdalena su almohada
no sabían ellas de clavos y hogueras
multiplicándose como panes en el canasto,
no sabían ellas, que pedradas lapidaban su inocencia.
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Tengo, tener, tener que es vivir
no sé lo que soy,
sé lo que tengo: números pares, impares
infinitos.
Tengo palabras, modulaciones, gestos, toses
y angustia,
angustia latiendo como las branquias
de una ballena en tierra.
Mejor así, sin saberlo
y sin embargo desde algún rincón
un espejo me acecha asesino.
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Cabra montés
loca desde el Bing Bang
amamantándote de noche
calostro ciego de luna,
masticando solo el temblor de tu miedo.
De un salto vas a despeñarle a Dios
su sonrisa depredadora.
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Mi corazón tiene la forma de un círculo seco,
como el que al marcharse, dejan los circos
sobre la hierba.
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Una vez no estaré,
solo para recordarte que estaba
que estuve, que fui,
que había estado,
como animal con caries, con culpa
con palabras.
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Acudo al llamado
de mi eco,
que es un canto redondo,
un aro en el aire,
aprendido de las aves.
Atravesando infinitamente
el mismo aro
huye mi alma ignorante,
ignorando que es ella
quien desnuda el silencio.
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Has construido tu muralla
con la piel de las nubes,
desde allí me contemplas
como desde un promontorio
y te compadeces de mi prisa
de caracol nostálgico.
No sabes que soy ave
y que en mi último vuelo
me tragaré tu nube,
hambrienta,
como preñada serpiente
sin manzana,
sin paraíso.
En mi pico acunaré
la vida
y aquel amor
que me negaron tus células.
No vas a clausurarme,
no me cerrarán tus llaves.
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¿Dónde estoy cuando no estoy?
¿encerrada en una vocal abierta?
¿o en la sílaba nerviosa, tartamuda
que precede al frío, a la muerte?
¿qué soy sin mi voz?
¿por qué mi voz va a devorarme
de un grito?
¿por qué nunca voy a escucharlo?
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Clítoris fundamental
te han acusado de ablación
pues con tu furia de cuchillo marinero
has cercenado a Dios, al amor, a la razón
y que pequeña has hecho mi muerte.
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Madre del cordero
maldita tú eres
entre todas las matrices,
malditos nosotros
tus frutos extraños
colgando como negros
del verde árbol de la vida.

Bienaventurados los cigotos
que aún tienen chance
de huir de la boca de lobo
sobre una cuchara quirúrgica.

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Arrojada de mi
lo indecible soy yo,
comas, puntos seguidos
entretenimiento del tiempo
que así me escribe
como me borra.
Pezuñas de individuo
no horadan palimpsesto.

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Al nacer, las agujas del tiempo
me vacunaron contra la esperanza,
me resigné a ser yo
a vestirme de mi.
Ataviada y doliente
me lanzo a la vida,
compito con los otros
por agua, verdes pastos,
el calor de un cuerpo
en el cual repetirme
y así empezar de nuevo
este corto viaje.
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El invierno tarda en agitar sus manos frías
y decirnos adiós.
Nadie va a detener el vuelo de las aves
su escapada,
quien quiera seguir a la bandada
tendrá un lugar reservado en el aire.
Yo no voy,
me conformo con mirarlas
desde mi envidia de mujer fea y terrestre.
Un día canonizarán la cobardía
y me habré ganado un puesto en el firmamento,
sin mi piel de rana,
alguien querrá besarme.
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Cenizas de mis dientes,
cenizas de todas mis sonrisas,
sonrisas con las que sin saberlo
viaje mi juventud
y mi entusiasmo.
Vuelo de abeja
disuelto en la dulzura de marzo,
miel de cenizas
flores vacías.
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Al borde del catre de hospital
Lima espera sentada mi llegada.
A cada tos, a cada gargajo
el anillo que le compré
se agita en sus falanges.
Nuestro compromiso resbala
con jabón carbólico,
se funde en la humedad
de los niños
que adheridos a sus calles
como orines


sueñan con el calor de un primus
el sabor de un tolete con atún
y la mano de algún Dios
que les rasque la sarna
de sus corazones.
Lima me sufre
sin lágrimas,
su único quejido
es mi partida.
Antes de marcharme
no olvida estampar
en mis mejillas
dos besos leporinos.